Me gusta, no me gusta

To sustain hope requires us, moment by moment, to hold steady, to stay with ourselves and each other.–Carol Gilligan 

Would we open to each other’s sweetness, if we quit asking, what’s next for me?”– Mary Oliver

Leía anoche una serie de afirmaciones de un líder espiritual y político chileno, el sr. Alfredo Sfeir, y comenzaban con #NoNosGusta. Recordé lo que se siente al escuchar a otros, o en la propia voz interna, decir “no quiero, sí quiero”, o “deseo esto, y no esto otro”, “aquí sí; aquí de ninguna manera”.

Lugares decisivos que cruzan de la infancia a la adultez: las preguntas sobre crecer, qué me gusta y qué no, qué podría ser o no “ley”, mis códigos, términos de conducta, coherencias; con qué no querría consentir jamás. De qué forma quiero, preferiría vivir, y cómo no.

Preguntas que entrañan preferencias, elecciones, éticas preferidas, formas de decidir: las mismas que, poco a poco y desde que nacemos, construyen el suelo del consentimiento –que ejerceremos de adultos. Preguntas esenciales para una tríada protectora en prevención de abusos, el aprendizaje de la responsabilidad, y en la promoción del cuidado y autocuidado: derechos-límites-preferencias.

Qué tremendo poder, creo, poder aprender desde niños qué derechos tenemos, qué lugar en el mundo (igual a todo ser humano, sólo más pequeños). Entender que también otros deben gozar de los mismos bienes para la vida; afinar cambios, crecimientos, predilecciones, deseos, realizar elecciones portentosas, una de ellas, los límites.

Hasta dónde llego, qué sí y qué no, y aunque no siempre podamos vivir en concordancia con estas directrices íntimas –por motivos a veces ajenos a nuestra voluntad- que al menos la claridad sobre ellas (y la claridad sobre nuestras contradicciones, también), nadie nos la arrebate, como tampoco la mutualidad de un respeto que de ser sacrificado, nos arriesga a desequilibrios, sufrimientos, nuestros y de quienes amamos en la primera línea, y de otros prójimos, y así hasta no ser capaces de visualizar o contener su alcance.

Hay pensadores brillantes que reflexionan y explican mucho mejor estos procesos, pero desde la sencillez de observar nuestras conexiones, sé que si hoy digo “no importa tanto –y no me involucro, y omito- que otros niños y familias vivan en la miseria o no tengan acceso a una aspirina si se resfrían”, alguien podría sentir lo mismo respecto de mis hijas el día de mañana, o ahora mismo.

En un período de reposo médico, los tiempos en vigilia permiten ponerse al día en ciertos eventos, y escuchar con mayor atención lo que se cuenta y declara en el lugar donde uno vive, su comunidad, su país.

No es nada nuevo constatar la sensación de desencanto, rabia también, por tanto engaño probado y otros sospechados o limítrofes (lo que no cae fuera de la ley, pero sí de la ética del sentido común). Más de lo mismo, y pareciera no tener para cuándo terminar.

Sin embargo, no todo es la crisis en lo que llevamos vivido este año con la pérdida inconmensurable de credibilidad en la clase política y gobernante; el malestar es anterior: burbujeaba ante malos tratos, abusos e indiferencias, dichos que ahondaban cismas y resentimientos, y ese boomerang que permitió a algunos sentirse seguros, jactanciosos, juzgando a sus adversarios, invalidándolos, humillando o derechamente dañando a personas o colectivos, sin prever que todo podría venirse de vuelta y amplificado en el golpe.

Sincerarse, pedir disculpas (no hacer como que se piden), habría sido de tanta ayuda, todavía podría ser, aunque cada día que eso no ocurre, pierde fuerza en su valor. Pero aún sin los gestos necesarios, observar una voluntad de enmienda refulgente, nos haría mucho bien. 

Mientras siguen develándose hechos pasados que merman nuestra confianza, los hechos del presente no parecen muy vigorosos todavía, y desde el futuro imagino varios pares de ojos confundidos, expectantes, casi queriendo viajar a este ciclo para advertirnos y aconsejarnos, o rogarnos, que por favor emprendamos buen curso porque nos estamos jugando mucho más que este solo 2015 (los abandonos que persisten difícilmente podrán superarse en la escisión, la enemistad perpetua).

Me asombra, no deja de asombrarme (por ignorancia, candor, o terquedad) ver cómo la polaridad, la violencia, el fundamentalismo nos pisa los talones. Disentir, aun con el mayor respeto, es casi una trasgresión para muchas personas. Criticar, aun cuando tengamos capacidad de también relevar lo positivo, se considera “desleal”. Realizar distinciones o precisiones (no-todos los políticos/carabineros/obispos por ejemplo, no-todas las instituciones, no-toda la derecha o no-toda la izquierda), se confunde con exoneración, capitulación, o palidez conveniente (como en el “nunca quedas mal con nadie”). Declarar que luego de todo lo que hemos sabido, no vamos a conferir confianza nuevamente a ciertas personas (y eso no excluye a la y las máximas autoridades de la nación), es casi considerado una traición y no se toma en cuenta que aún existe, a pesar de todo, el mejor espíritu para seguir colaborando en la construcción de un país bueno. Como dijo Alfredo Sfeir, también, hace falta una nueva gramática para poder entendernos en códigos que no sean polares, blanco/negro, excluyentes.

Cada uno, una, es más que una sola versión de sí mism@: existen dudas, preguntas pendientes, inseguridades, tantas contradicciones haciendo fuerza o sombra a nuestros deseos y amores. También historias, y hasta de la persona que peor nos cae o más daño pueda habernos hecho, no tenemos una noción acabada, o siquiera suficiente que quizás haría toda la diferencia… tal cual podría hacerla en nuestro caso, si otros que nos rechazan o condenan, nos conocieran un poco mejor. Creo que al menos la pregunta sobre el otro -que no cambia nuestros sentimientos y opciones, no necesariamente-, puede humanizar nuestros cismas.

Se juega el tiempo en distracciones accidentales o alevosas, tapando forados, inventando eufemismos y campañas comunicacionales que den la impresión de que no se trata de una ética sinvergüenza,de corrupciones y abandonos (y un profundo irrespeto por las personas); se blinda y casi santifica a líderes caradura y/o inept@s (sacrificando a otros, de paso), sin obligarse tod@s a recordar el honor, el gozo también, del servicio público.

Entre tanta escaramuza y tanto cálculo desprovisto de amor, se magulla el horizonte del cada día, de los meses o años que vienen para nuestras vidas, y para las generaciones que no obstante nuestra inmovilidad, siguen llegando, creciendo y desplegando alas.

A veces pienso que en las condiciones actuales decepciones e inequidad, es un milagro que no existan más violencia y desbordes en nuestro país, y habrá quienes vean en ello pasividad, sometimiento, desesperanza y resignación, pero querría creer sobre todo, quiero, y por ingenua que pueda ser, que nos queda un flanco de autocuidado (aunque se sienta tenue por estos días) donde la indignación ética no excluye la posibilidad de concurrir, y así sea heridos, hipervigilantes, o sólo a regañadientes, podamos conectarnos con un sentido de colectivo, de responsabilidad compartida (que como en todo, hasta en la pareja, no es 50-50% exacta en su distribución, y a veces será 70/30, y hasta 10/90, y más que pelear o competir por porcentajes tuyos o míos, lo importante es que juntos damos con un total imprescindible), y más aún: conectarnos con las ganas, ganas de hacerlo mejor, de hacerlo bien.

Ganas de no tener que vivir en la separación y el encono, de poder autorizarnos incluso a no sentir confianza (por un tiempo) sin por ello perder de vista la convivencia que continuamos habitando y creando al mismo tiempo. Aquí, donde también nacen, habitan y aprenden nuestros hijxs.

Respiramos, y en cada respiro, hay miles de susurros de aire más, de años atrás, de pueblos originarios, de primeros migrantes y luego miles más, entretejidos, respirando y volviendo a respirar hoy lo que un otro antes, tod@s los que han, hemos vivido, vivimos aquí. ¿Tendrá Chile un cuerpo? Cómo puede combatir una infección, con cuáles glóbulos, con qué defensas. ¿Y su alma, su psiquis, su espíritu: de qué manera se protegen, convalecen, sanan?

(No sé por qué, se me cruza la imagen hermosa de una amiga del pasado que se enamoró de su marido, ahí supo ella y nació el futuro, en el momento en que él preguntó ¿qué te gusta, que es lo que más te gusta?… con casi treinta años de edad, nadie le había hecho esa pregunta en relación a paisajes, alimentos, la sexualidad, a nada en realidad. Yo la escuché de muy adulta, también, ¿qué te gusta, cómo? Todavía estoy aprendiendo a responder).

Recuerdo los tiempos del NO, la aspiración del retorno a la democracia. Quizás no previmos cuán honda era la huella que cargábamos, o soñamos en términos demasiado genéricos, o no dedicamos suficiente tiempo a trazar el mapa, a revisarlo cada ciertos tramos, amorosa, obsesivamente incluso, con la reverencia que merecía. ¿Qué nos habría gustado, cómo preferíamos vivir la experiencia que comenzaba? Repetir “nuestra, nuestro”. Nosotroxs. Recordar esa alegría del junt@s

Hoy no parecemos estar para mucha celebración, aun habiendo motivos que en la crisis mayor, pasan hasta inadvertidos o frágiles (y el gozo se esfuma a golpe de noticias y encuestas ominosas, semanales, indolentes al ahogo cuando los países son también criaturas que respiran o dejan de hacerlo). Yo todavía estoy procesando la alegría de que hayamos podido ver un programa como Contacto (TV13) y conocer la historia de Andy (que es niña, pero nació en un cuerpo de niño), el amor de su familia, y la recepción que tuvo en las audiencias, las preguntas que se abrieron, el diálogo sobre inclusión y derechos de los niños y niñas, sin distinciones de ninguna clase.

En otro tono de emoción, más recientemente, un joven colgando de su noche inducida, Rodrigo Avilés (sólo ahora, sin riesgo vital y recobrándose), su padre que llama a la no-violencia, y acepta las disculpas del carabinero responsable de la que debe haber sido la espera más terrible de su vida (mientras su hijo permanecía en coma, sin saber cómo o si volvería a su vida). Oda de humanidad, como dice un querido amigo.

Señas. Señas de un país que, no exento de dolor y con más amor del que nos reconocemos, está cambiando, creciendo, y nosotros con él (además, en un milenio que es fascinante, podría serlo, pienso especialmente en los más chicos). Cómo no va a ser motivo de esperanza, y hasta gratitud. Y son muchas historias y procesos más los que marcan bondades posibles, pese a todo lo duro e injusto que espera ser transformado también.

Ojalá, al menos, este ciclo difícil (y hasta deprimente) abra o insista en la pregunta de ¿y si…,? ¿y mañana, y qué hacemos entonces?… no es ¿quién podrá defendernos? en clave chapulincolorado, ni en la expectativa –o desidia- de que venga alguien o “algo” a sentenciar las respuestas y salidas de una u otra forma exclusiva y excluyente de otras, con una sola verdad y una sola virgen amarrada en un trapito.

Entre muchas posibilidades, la brújula insiste, a veces rotunda y otras insegura, en la necesidad de tod@s, aunque sea intensa y legítima la tentación de restarse, de usar la energía disponible, cuando mucho, en protestar y gritar alto el descontento. Ahora. ¿Y luego qué? … de la mano el ahora y el después-de: inseparables. Los niños preguntan ¿ahora estás enojado, pero después no, cierto?, ¿después te vas a alegrar? Claro que sí, decimos a nuestros hijxs. Sonreír.

Inseparables los tiempos, inseparables me gusta/no me gusta, derechos y responsabilidades, emociones de toda tonalidad, y un me cuido/te cuido/nos cuidamos que puede sonar elemental, hasta pedestre, pero con 47 años, al menos he aprendido que nada lo es, y que hasta lo más aparentemente anodino tiene su engranaje a preservar o desarticular, y no quedamos fuera en esa elección.

Vivir (sentirse en el hogar). Cómo queremos, quiero vivir (sin amor, no. Prefiero con).

Me gusta/no me gusta, el runrún que no cesa, la disposición a que esas palabras puedan ir siempre “tomadas de la manito” como dice mi hija menor. Y luego de nuestros duelos por todo lo que no nos gusta y nos ha dañado, poder quedarse un momento, sólo un momento, y otro, y otro más, cada vez más largo, en el “me gusta”, “me gustaría”, todo eso que abona los sueños pero no como adornos o salmos a repetir sin mayor sentimiento, sino como declaraciones de amor, tan grande: proyectos de vida posible.

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